No hace mucho tiempo escribí una entrada sobre la muerte de Emilio Carballido, y hoy me siento obligado en el corazón a escribir una sobre Víctor Hugo Rascón Banda.
Una vez más los recuerdos se agolpan en mi mente.
Cuando a mediados de los años 80 se formó el grupo de los doce (1), con doce dramaturgos mexicanos miembros de la vieja y de la nueva dramaturgia mexicana (tanto de los años 60 como de los 70), González Caballero me comentaba sobre lo agradable de uno de los nuevos dramaturgos de quien decía era un “banquero” (en realidad sí, Rascón Banda era funcionario importante de una empresa bancaria), hablaba de él como un hombre que le parecía sincero y con un interesante trabajo dramatúrgico (2).
Yo percibí el inicio de una fructífera amistad entre ellos, amistad que Rascón Banda supo diplomáticamente bien llevar aún en los momentos en que González Caballero era minimizado por los otros escritores del teatro mexicano. Víctor Hugo Rascón Banda no dejó de ser amigo de González Caballero hasta su muerte y aún después de ella; él fue uno de los pocos dramaturgos presentes en el último homenaje que se le dió en el Teatro Hidalgo de la Ciudad de México.
Rascón Banda buscaba en algún momento dejar la banca y dedicarse de lleno al teatro y a las letras, la oportunidad se dió y fue un escritor de tiempo completo; aprovechando sus dotes como administrador llegó al puesto donde podía ser de mayor ayuda a los compañeros del gremio, la SOGEM.
La primera vez que ví a Rascón Banda fue durante una invitación a comer que le hizo a González Caballero para ir a un restaurante francés dentro del exconvento del Desierto de los Leones en las afueras de la ciudad de México; como era costumbra de González Caballero, me invitó a ir con él y yo por supuesto acepté. Eran los años ochenta, yo un adolescente en busca de mi camino; conocer a queines movían el teatro en México era siempre una tentadora invitación. Rascón Banda pasó por nosotros en algún punto de la ciudad en lo que consideré un enorme y lujoso auto (González Caballero estaba de acuerdo conmigo); él era alto, apuesto, un hombre bien vestido y con una apariencia poco cercana al prototipo del dramaturgo mexicano; recuerdo su voz ronca que se oía clara y segura.
A González Caballero le impresionaba la capacidad que Rascón Banda tenía de ser “banquero”, tener estilo y querer dedicarse a la dramaturgia. Era un hombre que admiraba a mi maestro, era una persona honesta y de una gran seriedad. Aunque hablaba de teatro con claridad y conocimiento, siendo un hombre de mundo, tenía una conversación amena, no entraba en discusión y buscaba el encuentro franco.
Las obras de Víctor Hugo Rascón Banda se cuentan entre muchos de los éxitos del teatro mexicano (durante los años 90 principalmente) y grandes actores de México participaron en ellas. Aún cuando se le reconoce por algunas otras piezas yo me he quedado con aquella que me acercó a él, Tina Modotti, porque fue de las primeras obras que yo leí, proveniente de la mano un dramaturgo mexicano, con una estructura dramática maleable (3). Incursionó en el cine, la televisión, el teatro, en todo aquello que fuera dialogado, con historia, personajes y espacio escénico.
Víctor Hugo Rascón sabía muy bien como deslizar las influencias en su teatro y adaptarlas a su personal estilo, así recuerdo como Chejov y el Jardín de los Cerezos corrían suavemente en el subsuelo de Playa Azul, con aquellos personajes de la última era priísta que van perdiendo poder y literalmente terreno, perdiendo su antigua forma de vida. Logró ser un maestro de la atmósfera realista-naturalista, sus piezas resonaban acualidad y se fundían en un estudio claro y directo del personaje.
Lo recuerdo siempre cerca de los grupos independientes, cerca también del poder y cerca de aquellos que buscaban un impulso para seguir en el mundo teatral; siempre accesible, en momentos, muy pocos, imposibilitado de ofrecer toda la ayuda necesaria, la pena de la impotencia se reflejaba en su cara, pero la solución llegaba y seguía ahí.
Yo no supe del cáncer que lo aquejaba sino hasta que salí de México, mis compañeros me narraban cómo él seguía trabajando aún debilitado por la enfermedad. Hablar de él siempre era hablar de un tipo admirable en el aspecto humano. Ahora ante la noticia de su muerte, quedo un tanto perplejo, y veo pasar el tiempo, y como a González Caballero prefiero recordarlo en su momento de sueños y planes, cuando en la fuente de su creatividad buscaba dedicarse de lleno al teatro, quiero seguir viéndolo en sus momentos de éxito.
Las pérdidas continuarán, no hay manera de detenerlas, habrá que ver en el caso del maestro Rascón Banda cómo perpetuar su obra en la memoria teatral de México.
(1) Tengo en mi mano el ejemplar de "Doce a las doce (Teatro Breve)", el libro que juntó a esos doce dramaturgos en un hermoso juego antológico donde cada uno publaba una obra corta en referencia a (o como punto de partida) una de las doce horas de un día. Aquél grupo estaba constituído por: Alejandro Licona, Willebaldo López, Pilar Campesino, Tomás Urtusástegui, Miguel Angel Tenorio, Antonio González Caballero, Tomás Espinosa, Dante del Castillo, Pablo Salinas, Norma Román Calvo, Marcela del Río y Vìctor Hugo Rascón Banda.
(2) Para esa época, 1989, Rascón Banda ya era conocido por algunos estrenos escandalosos. Sus obras polémicas, actuales y bien escritas le ofrecían un lugar tanto en el teatro y como en poco tiempo se daría en el cine y en la televisión.
(3) La obra formaba parte de un volúmen de teatro de Rascón Banda en esa ya mítica colección de libros reeditados y editados por la SEP en los años 80, "Lecturas Mexicanas".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario