miércoles, 3 de marzo de 2010

"Do Animals Cry", una función de danza teatro en el Teatro Fleck Dance de Toronto




"Do Animals Cry"
de Meg Stuart/Damaged Goods
Bailarines: Joris Camelin, Alexander Jenkins, Adam Linder, Anja Müller, Kotomi Nishiwaki, Frank Willens.


Apenas terminando de ver la función escribí en twitter (en inglés en el original):

"insoportablemente larga y tediosa danza sobre una sola famlia infeliz y loca expuesta en movimientos caóticos y accciones comunes. Odiala o ámala."

Dos horas mirando una pieza de danza con un monótono estilo contemporáneo, una especie de diminutas acciones físicas interconectadas por una historia interna (supongo) sin ninguna relación con la armonía o ritmo musical, acompañada por pedazos de piezas musicales que sólo remarcaban la monotonía del estilo y con un muy pobre trabajo de luces.

Al inicio yo estaba ahí, fresco, mirando, riendo, viviendo sus movimientos, aún con reflejos en mi propio cuerpo al ver esos movimientos (¡de verdad!), pero después de varias escenas y un buen lapso de tiempo, mi mente comenzó a cansarse, mi fàcil empiezo con la función desapareció y lo que pasó después fue casi insoportable, la peor sensación que un espectador pueda experimentar durante cualquier función, tedio.

¡Yo verdaderamente estaba con ellos! Miraba fascinado aquellos extraños pero concretos movimientos de la vida cotidiana en familia, movimientos que me recordaban mi familia como ellos nos pidieron a los espectadores que hiciéramos antes de la función (un paralelo con nuestra familia al mirar la obra); mirando y sintiendo esa especie de estrés, de violencia sólo porque aquellos movimientos fueron escogidos entre miles y reunidos, editados, con insoportable crueldad... Pero demasiado es demasiado, no me refiero a la crueldad, ni a la violencia, ni al recordar mi vida como hijo de familia, no, era demasiado el estilo, la música, el continuo y largo proceso de la vida en familia que ellos nos presentaban de esa manera en dos cada vez más largas horas.

En algún momento yo veía un acercamiento a Pina Bausch, diciendo esas cosas como Pina acostumbraba decirlas en la escena, pero todo se rompió cuando escena por escena mi paciencia como espectador se convirtió en cansancio.

El trabajo, debo decirlo, es sorprendente, como danza en sí misma; adoré el trabajo de los bailarines y su individualidad en la escena, creando personajes, hablando, pero simplemente me fue imposible adorar el trabajo como un todo cuando la dirección general de la puesta en escena provocaba que más de la mitad de los espectadores estuviera bostezando y mirando sus relojes cada dos minutos.

No aprendí mucho mirando una familia que parecía enloquecida e infeliz (por otro lado una muy común descripción que los británicos hacen de sus familias), pero sí disfruté varios momentos, imágenes y movimientos: me encantó cómo uno de los hijos corría en círculos durante 5 minutos; otro hijo sentado sobre una silla a su vez puesta sobre el tejado de una diminuta casa con un techo de dos aguas (más cercana por el tamaño a una casa de perros); una fiesta enloquecida donde algunos hablaban cantando frases de imposición social mientras otros bailando morían de sociabilidad; y no olvidaré aquella niña convirtiéndose en adulto mostrando su impudencia a sus padres.

Como escribí al final de mi frase de 140 palabras en twitter, uno puede amar esta sorprendente pieza de danza teatro, pero yo no, yo soy de los que la odiaron.




Diapositivas: poster y programa






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