jueves, 25 de noviembre de 2010

Eonnagata, dirigida por Robert Lepage. Una representación en el teatro Sony Center de Toronto.




Acabo de ver Eonnagata, una espectáculo realmente bueno y con lo mejor de los mundos del teatro y la danza, en donde la estrella es un equipo de fantásticos artistas escénicos.

Robert Lepage, rodeado por un gran equipo de colaboradores,-los bailarines Sylvie Guillem y Russell Maliphant; el diseñador de iluminación Michael Hulls; el diseñador de vestuario Alexander McQueen (sí, el famoso diseñador de moda recientemente fallecido); y el diseñador de sonido Jean-Sébastien Côté-, ha creado un gran obra de arte.

Aun cuando la publicidad de los productores en Toronto utiliza el nombre de Lepage como si fuera un creador aislado, este trabajo de ninguna manera se habría podido realizar sin ese  increíble equipo; y en realidad, el trabajo fue concebido por Lepage, Guillem y Maliphant juntos.

Dos mundos, danza y teatro, están allí con lo mejor de sus tradiciones y habilidades de sus artistas (seamos claros, aunque Lepage no es, en absoluto, un buen bailarín, sí es un actor muy hábil), y con la tecnología a sus pies para ayudar todo el tiempo a hacer que las cosas parezcan mucho mejor de lo que son. Sí, ésta es una manera de trabajar muy eficaz para las artes escénicas, y aquí todo funciona maravillosamente bien.

No hay, en Eonnagata, ninguna actuación maravillosa que se quede en mi memoria como espectador (aún cuando todas funcionan perfectamente), pero hay imágenes con efectos visuales y de sonido que si se quedarán, y muchas de ellas. Es la primera vez que pude ver en el escenario un juego exitoso, explorado por artistas de la Bauhaus en la década de 1920, con líneas rectas mezcladas con el movimiento del cuerpo humano (en este caso en teatro de sombras), pero también pude ver cuerpos re-creados por trajes sensacionales diseñados por Alexander McQueen, trajes maleables , algunos espectaculares, algunos finos, suaves y exactos. Sé que me acordaré siempre de esa manera maravillosa manera de bailar (especialmente la de Sylvie Guillem), y de esa manera increíble habilidad de manipular accesorios y objetos simples.

Esta es la historia de un espía travesti francés (en la época muchos pensaban que era un hermafrodita) que vivió en el siglo VXIII entre Paris, San Petesburgo y Londres, (1) y ésta es también la historia de cómo una vida terrible y extraña se puede mostrar de una manera muy hermosa. Nunca vemos nada discordante o extraño, aun cuando la mitad de la puesta utiliza motivos y decoración japonesa (de ahí, claro nombre de la obra, E-onnagata, la personificación femenina del teatro Kabuki) para ilustrar la vida de un personaje en el centro de la época barroca europea. Entiendo que es el campo de lo poético y de la imaginación escénica. Y estamos allí contemplando belleza, elegancia, estética, y mucha curiosidad. Sí, nos encanta el personaje y su vida, sí, la vida de un travesti, y con esa espectacular manera de presentarlo, ¿quién no lo haría?

Con el tiempo y ya habiendo visto varios espectáculos de Lepage (sólo 2 en vivo y varios en video), me comienzo a preguntar sobre la obsesión del director canadiense con lo espectacular y con la idea de transformar potenciales tragedias o historias extrañas y shockeantes en una especie de cuentos de hadas a través de producciones escénicas bellísimamente realizadas, como si él no quisiera enfrentar en escena  la parte horrible de sus concepciones. Quizás ahí es donde radica el éxito y abrumadora aceptación de sus historias de alienados de la sociedad: uno puede decir cosas terribles de una manera muy hermosa, con la mejor de las formas, y con los mejores artistas.



Gustavo Thomas
Toronto, Canada
19 de Noviembre de 2010






(1) El sitio de la productora, Sadler, dice sobre el personaje: "Eonnagata tells the story of the Chevalier d'Éon, Charles de Beaumont - diplomat, writer, swordsman and a member of the King's Secret, a network of spies under the control of Louis XV. De Beaumont was perhaps the first spy to use transvestism in the furtherance of his duties and until the day he died his true gender was a source of constant speculation, even provoking public bets in the late 18th century."

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