Tamasaburo en Beijing, "Mudanting"
La inteligencia del intruso
En mi obsesiva idea de captar en video (y audio) todo aquello que experimento en escena, tanto como espectador como creador, me encontré una vez más haciéndolo en el teatro Huguang de Beijing; mi cámara corría mientras yo estaba arrobado con su presentación: en una astuta manera de engancharnos Tamasaburo utilizó una introducción al "estilo" japones (como en cualquier otra presentación del Kabuki) para su entrada a escena, esta vez en el jardín donde la heroína se encontraría con la imagen de su amor ideal. (1)
Aunque en sus orígenes basado por una parte en lo sagrado, el teatro chino se ha inclinado mucho más al entretenimiento que al ritual; la opera Kunqu es el más alto grado de refinamiento poético, musical y escénico logrado por un arte performativa china que prácticamente no posee ningún atisbo de ritual. El Kabuki, en cambio y aunque posee un alto grado de impulso hacia entretener a su público, ha mantenido ciertos razgos de ritualidad en sus danzas y en algunos de sus cantos, especialmente en los momentos de entradas de los onnagatas y en ciertos momentos climáticos.
Así, con aquella arrobadora entrada que no ocultaba provenía de la tradición japonesa Tamasaburo abría la aceptación del espectador a través de la humildad y del respeto, -no hago teatro chino, pertenezco a otra tradición- parecía decir en su subtexto. Siendo grande en la otra tradición comete la osadía de querer entrar en ésta, y en un acto de seriedad artística y de humildad se ofrece primero en la suya para entrar a la de los otros; Tamasaburo no vino a enseñar, vino a pasar de una dimensión cultural a otra, vino concretamente a ser un diplomático escénico; con esta introducción a una gran parte del público chino le fue ya imposible rechazar de entrada al artista japonés.
Tamasaburo no actuó él solo el personaje durante toda la presentación, hubo otros dos actores chinos que trabajaron el mismo rol de la heroína (un acto más de inteligencia ante la voracidad crítica del espectador chino). Así la presencia del artista japonés (maduro, con una cara fuerte y una voz muy diferente a la voz común que la opera de Kunqu pide para los roles de heroínas jóvenes) me provocaron un mayor disfrute, acaso por primera vez, al presenciar la actuación y el logro de la feminidad en la interpretación de los artistas chinos: veía mujeres hermosas, acentuadamente femeninas, ligeras, delicadas y con una voz en el tono idóneo.
Más allá de la sensibilidad y de la técnica, una chispa de inteligencia puede ser crucial para el éxito de una producción.
Su mirada se detuvo en mí cuando yo lo espiaba…
Después de que un joven del equipo de Tamasaburo me llamó la atención por estar tomando video durante la función, quise durante el intermedio ir a pedir una disculpa, y encontré al empleado en uno de los corredores del hermoso patio del teatro; mientras hablaba con él pude notar que habían partido a la mitad uno de los patios para dejar un espacio de aire a Tamasaburo y a la compañía, y así salir a recibir visitantes o simplemente fumar un cigarro. Era una simple tela, fácil de sortear; me asomé, y ahí me encontré con el hombre real, el artista, sin su fastuoso vestuario, y en plena conversación “política” con un grupo de chinos.
Me concentré en su figura esbelta, alta, y solemne: femenino en todas sus actitudes, no dejé de pensar en el estúpido recuerdo con los artistas de los espectáculos de transvestidos. Apenado por mi osadía de la memoria yo lo veía maquillado, totalmente de blanco, con una malla que le cubría todo el cabello, con su camiseta blanca, y sus actitudes, una vez más femeninas.
Pensaba en el artista que me quitó la respiración unos momentos atrás y en mi estúpida comparación con el artista que se transviste, veía los extremos. Entonces me miró, me percibió, un instante, nada más, sus ojos emiten tranquilidad, pero su gesto es acaso duro, serio, fuerte; fue un instante de nada, después continuó su conversación.
No saqué mi cámara para grabar al hombre; sé puedo usarla con todo aquello que está sobre la escena, para mí no hay problema en hacerlo, la escena es para ver, para grabar, para quedar en la memoria; éste, un momento privado, con un hombre semidesnudo en un momento de descanso sin hacer otra cosa que hablar de nada, así, me parecía una grosería sin sentido.
Ayudando a crear el mito
Una amiga japonesa me comentaba que Tamasaburo no pertenecía ala tradición Kabuki, es decir, que él era un actor aceptado en el Kabuki pero no proviniendo de una familia de actores del Kabuki. Para ella como japonesa eso representaba un acto de respeto y un esfuerzo mayor, y eso es en realidad. Dentro de las familias artísticas la línea de sangre da una entrada, así el talento aunque se desarrolla ya viene en los genes ( “en la sangre” dirían en la tradición teatral); llegar de afuera de la tradición familiar significa trabajo árduo, convencimiento a partir del talento, de la seriendad, del profesionalismo y de los alcances artísticos. Los hechos de Tamasaburo han creado la fama y la aceptación tanto del público como de los profesionales en la tradición artística del Japón.
Tamasaburo, según seguía contando mi amiga, tuvo cuando niño un problema de polio que afectó uno de sus brazos; en el camino del esfuerzo para lograr algo sumamos la imposibilidad física; la técnica y la perseverancia rompieron el mito de la ineficacia para el movimiento y para la danza. No puedo asegurar la veracidad de los comentario y debo aceptar que quiero jugar un poco a ayudar a crear el mito. He gozado tanto en verlo y estoy tan seguro que de cualquier manera entrará al mito que unos cuantos datos no harán ningún daño, hacen en todo caso el camino más agradable.
*
La creación, en mi caso, ha estado siempre ligada al disfrute como espectador. Yo he podido crear algo en mi vida gracias a que he disfrutado ver algo creado con anterioridad; más allá de las influencias, que podrían ser evidentes, están la experiencias vividas ahí sentado o de pie, viendo, temblando, en silencio… tal vez riendo o en momentos llorando.
Si algo surge de aquí seré feliz, pero sé que semillas de su trabajo ya han quedado en mi cuerpo creador, en mi memoria, y en ese corazón que ahora los médicos desvaloran nombrándolo como un simple órgano de bombeo sanguíneo.
Tamasaburo y su trabajo están en ese corazón, en ese músculo que no se detendrá de bombear la vida por todo mi cuerpo sino hasta el momento de mi muerte.
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