miércoles, 6 de mayo de 2009

Marguerite Duras, una segunda vez.





Yo sabía que en algún otro momento de mi vida habría de leerla una y varias veces más, que necesitaría de su ritmo y de su vaga (por efímera) comprensión del amor; que al leer en su lengua habría de disfrutarla más, sentirla más y hasta llorar con ella.

Marguerite Duras llegó a mí más de 20 años atrás, cuando ni siquiera yo había encontrado a nadie para amar. Ella era solamente "L'Amant" y algo de teatro y cine. La leí, la escuché, y la miré con su enorme y horrenda cara, con ese cuerpo anfibio y el desmadre de libros que la rodeaban; lo único que me sorprendía de todo aquello era la seguridad en ese momento que obsesivamente nos escribía; entonces sus deformes ojos se volvían penetrantes, y se quedarían por siempre plasmados en mi memoria, Duras era sólo sus ojos y sus temas para mí.

Simplemente, no podía comprender porque lo que todos consideraban una enorme literatura y una enorme persona, a mis ojos y a mis oídos era sólo esa imagen de la obsesión, de la fealdad y de la constancia en el escribir.





En un avión he vuelto a encontrarla, en la oscuridad de un vuelo de 14 horas y en una continua noche de año nuevo 2009. Mientras leía "L’amant de la Chine du Nord", su última gran obra, las palabras de Duras se mezclaban con aquellas que había leído hace más de 20 años, cuando yo no había amado a nadie, cuando estaba sólo enamorado del teatro, de mi cuerpo, de mi futuro. Entonces , con el recuerdo de esos años y de mis lecturas, debía detener la lectura, ¡demasiadas obras leyendo a un mismo tiempo dentro de mi cabeza!, y otra vez apareciendo ese espejo del pasado que al pasar los 40 años de vida se me ha abierto descaradamente. Me veo en cada palabra que leo, me recuerdo en cada palabra que repito, admiro lo escrito por aquello que ha hecho en mí con el tiempo.


Recordé aquella puesta estudiantil de "Agatha", donde no participé, pero que miré con atención. Era la época donde yo descubría el Naturalismo chejoviano de González Caballero, aquella técnica actuacional de los haikús y del dolor interno, de la confusión y del inmenso gusto por actuar, de las lágrimas que hablaban de amor y de la soledad. Agatha... Admiraba al director y al grupo, a mis amigos, y estaba enamorado de su hacer, tal vez también de ellos, no sé. Se quedaban tan cortos en la profundidad que percibía del diálogo que no sentía los textos de Duras (¡confiaba tan poco en ellos!), no percibía el abismo emotivo de la relación incestuosa, del descaro y del dolor del no poderse amar más. Quise acercarme al director, tan joven como yo, y compartir mi teatro y sus logros. Hablé con él, le ofrecí “mi secreto”, los poemas japoneses que me habían llevado a sentir aquello que sabía hacía falta en su puesta, y una encantadora sonrisa me dio las gracias.

Yo sabía entonces que leer a Duras y verla en escena o en una pantalla necesitaba de ayuda, necesitaba de un pasado enorme, de una técnica, de un espectador con historia, y no de jóvenes con sueños de crear, incluyéndome a mí con mis experiencias y mis secretos.

Aquella ayuda fue vana, no fui tomado en cuenta; la obra no siquiera se llevó a un estreno, sus integrantes se dispersaron y el teatro dejó de ser un medio en sus vidas… Recuerdo con tristeza cómo aquél hermoso director de escena fue muriendo poco a poco tan joven como yo era, y mientras lo veía meditando bajo una tormenta, yo aprendía que la plaga que aterrorizaba nuestras vidas sexuales en los años 80 lo había cubierto a él y lo derrotaba. Agatha y su impotencia se identificaba con todo ello, quedaban grabados en mi pasado.

Por ello también Duras se quedó grabada en mi vida teatral, se implantó con su sutileza en un recuerdo de muerte, de impotencia, y quizás, no puedo saberlo, también de amor y desolación.

Como muchos nos perdimos el rastro uno al otro, ella se había convertido en un nombre más, en literatura de otros. Hasta aquella larga noche del avión sobre el mar, donde todo vino de nuevo. ¿Tenía que estar yo viviendo en China para conocerla otra vez? ¿Tenía que haberme perdido en enormes y turbulentas relaciones para reconocer que aquello de lo que hablaba era amar en la ignorancia a un extraño?

Los amantes reconocen las diferencias culturales, los hermanos incestuosos reconocen las diferencias sociales… Todos nos amamos con la imposibilidad de que sea una totalidad. Las palabras chinas escuchadas de otros lados me revientan mi memoria: nosotros occidentales no somos más que putas en busca de libertad, caos, incesto, locura, ambición y dinero, ¡adoramos la libertad que sólo nos ha llevado a la degeneración! Mientras ellos, en su inmensa hipocresía de siglos, deben seguir sus tradiciones, aparentar sabiduría, y nunca caer en la vergüenza, ¿por qué ofrecer la vida y el gozo a costa del amor, que es una estupidez?

Leer nuevamente a Duras, 20 años después, me saca carcajadas, sarcasmos, y dolor. La eterna desgracia de su amante chino es la victoria de la pequeña putita francesa, de lo occidental... Esos escritos valen más que una vida de respeto en una sociedad anquilosada y pútrida que terminan en una llamada telefónica dicendo que "siempre la ha amado".

He debido tocar manos chinas, su pieles y sus impotencias; he debido respirar el calor sofocante de la China del norte, de la Indochina y de Siam, y sumergirme en todos los ríos que las cruzan. He debido odiar y saber de las diferencias culturales, sociales, de raza… Conocer la impotencia de amar hasta el final por las diferencias culturales, y entonces así, sólo vivir para escribirlas.

Volví a leer a los amantes, a su Agatha, compré sus libros, sus obras, ví sus películas, he pensado sobre ello y en ella; he vuelto a ver su cara anfibia y su pasado en vicios y en el comunismo. No es mi diosa, ni mi teatro, ni mi literatura pero sí es un poco de mi comprensión del amor y las culturas.

Sabía que la obra final que se escribiera sobre ese amor primerizo debería ser la mejor, porque era aquella que escribía después de haber hablado todo, que era de todos conocida… Cuando no hubiera más anécdotas de qué hablar habría de hablar de lo escencial, limpiar las verdades y decirlas con la simpleza de la narración de imágenes, que no es poesía en sí misma y está tan cercana a ella, que la supera cuando aquella se descuida. Esa es "L'Amant de la Chine du Nord", el amante de la China del norte.

Yo sabía que en algún otro momento de mi vida habría de leerla una y varias veces más, que necesitaría, como necesito al agua, de su ritmo y de su vaga (por efímera) comprensión del amor; que al leerla en su propia lengua habría de disfrutarla más, sentirla más y hasta llorar con ella. Yo sabía que siendo ahora un escritor podría también volverla a vivir.

Ahora que cierro sus libros y mis ojos, gozo de un sentimiento fantasmal. He descubierto una cortísima y durable respuesta a un haikú; y lo disfruto, y lo descanso.

Tal vez a la Duras no haya que leerla más de dos veces en una vida.



2 comentarios:

  1. Mi querido GustavO , no he podido resistirme , a colocar esta entrada tuya en mi blog, cada dos por tres no ressito la tentación de volver a leerla, de este modo la temgo más cerca .
    hoy te escribo.

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