Camino bajo un bellísimo cielo azul, en una temperatura agradable y respiro con suavidad, profundamente, siento el aire limpio que entra a mí. Llevamos sólo unas cuantas semanas con días como éste y pareciera, quisiera, que así hubiera sido siempre.
Las imponentes edificaciones siguen siendo marco de una grandeza que no está por venir sino que ha llegado, y que quiere quedarse por mucho tiempo.
Soy un testigo vivo de una fiesta de dos semanas, fiesta que prepararon los gobernantes de la que va a convertirse en la nación más poderosa del tiempo que me ha tocado vivir. Y hoy una vez más me atrevo a discutir sobre ella y tal vez, como a todo símbolo de poder, a temerle.
China ha querido transformar la percepcion que el mundo ha tenido de ella a través del marco de dos semanas del evento (una fiesta deportiva) más importante de nuestros tiempos, y en muchos sentidos lo ha logrado. El mundo entero se ha convertido en espectador de su nuevo Gran Teatro del Mundo que, como en el barroco de occidente, transformaba el paisaje conocido para dar una idea simbólica del orden (o el nuevo orden) universal en la tierra.
Pantanos se conviertieron en imponentes jardines, casas de campo en gigantescos palacios, pequeñas abadías en monasterios enmarcados de oro; el rey como centro del universo humano, todo girando a su alrededor, y con él todos los demás personajes de esta gran obra teatral que dios había impuesto a la humanidad. Una filosofía del poder.
Escenografía fastuosa, actores en su punto, la presentación de un aparente nuevo orden que con el pretexto de un evento como los Juegos Olímpicos no habíamos visto desde 1936 con la Alemania Nazi; una nación que se enarbolaba como la nueva potencia imperial a venir y usaba los juegos para publicitarlo. No me ofusco, las diferencias entre la China de hoy y la Alemania de 1936 son extremas y evidentes, pero las pequeñas similitudes me hacen contemplar el cielo azul y reconocerlo como lo que es, un cielo engañoso en esta Pekín inventada, como en una obra de teatro, planeando el advenimiento de un nuevo juego de mentiras que hay que aprender a descifrar.
Cuando en mis años universitarios discutía sobre la muerte o sobrevivencia del teatro no percibía del todo la utilidad del mismo en la vida de las naciones y de las ideologías; veía la propaganda pero no la puesta en escena tan evidente como medio para asimilarla. Así como en el barroco no era el dios cristiano quien dictaba el orden universal sino los hombres, de la misma manera no es la omnipotencia del gobierno comunista chino (o esa extraña idea del gobierno del pueblo) el que dicta el nuevo orden, sino unos cuantos hombres que detentan el poder dentro de él; ellos son los autores de una obra de teatro planeada para en dos semanas, decir al mundo -somos nosotros los que vienen, crean en nosotros, disfruten con nosotros, ¡dénse cuenta de lo que podemos y de lo que seremos!-. Y estoy tentado a decir que su manera de reaccionar ante las sorpresas como la violencia en Tibet, el terremoto en Sichuan y las protestas y atentados antes de los juegos, formaban parte de esa gran planeación. No es verdad del todo, claro, pero la improvisación también es un arte de planeacion.
James Reynolds, un periodista de la BBC, se extrañaba de la curiosa manera en que los dirigentes locales chinos transmitían las notas de los acontecimientos a venir, con una total planeación: en el último evento del recorrido de la antorcha en la gran muralla los periodistas recibieron a las 6 de la mañana un comunicado y recuento de los eventos, escrito en pasado, sobre los acontecimientos a venir unas horas adelante; se hablaba no de los acontecimientos solamente sino incluso de la manera en que la multitud reaccionaba, de sus gritos e impulsos; lo más sorprendente es que horas después cuando todo sucedió, sucedió como estaba ahí escrito: no fue el orden de los acontecimientos sino la seguridad de la planeacion en el ánimo de la gente, en sus impulsos, en sus pasiones. Los temores de la ciencia ficción siempre han estado aquí.
El último día de los juegos tuve la suerte de tener una entrada para la ceremonia de clausura, ceremonia a la que había soñado asistir desde que era un niño (no importaba si era Pekín o París o Londres); pero ahora ahí, con toda esta mentira a cuestas que durante tres años y dos semanas he experimentado en el Pekín olímpico, me parecía el acabose, el último desagradable espectáculo de un enorme parque de diversiones al que nunca debiera haber entrado.
Como un ingenuo mortal en el Versalles del siglo XVII me paseaba por ese gigantesco parque olímpico en forma de dragón, entre lagos, calzadas, fuentes musicales e inmensas y únicas construcciones; entraba al estadio olímpico y me disponía a observar el espectáculo preparado por el Vatel chino (o peor, por su Leni Riefenstahl como algunos lo llaman), Zhang Yimou. Ahí nada nuevo teatralmente, todo ya antes visto en Barcelona, en Seúl, en Atlanta, en Atenas, pero aquí más fastuoso, gigantesco, inmenso; no cinco, no diez, sino mil, dos mil participantes en un acto; mil en otro, mil más allá; imágenes apoteósicas, como en un cine de masas; el problema entonces no es imaginar, sino cuánto dinero hay para gastar.
Yo, como los otros 90 mil espectadores que estabamos ahí (incluyendo las decenas de dignatarios y gentes del gobierno chino), nos perdimos del verdadero espectáculo que se dio en la televisión; preparada especialmente para la pantalla, la ceremonia de clausura teatralmente (es decir, en vivo) carecía de una estructura de unión, demasiada preocupacion por cambios y mucho movimientos en ello, pero en la television no hubo errores; yo y miles de espectadores de mi lado del estadio nos perdimos de ver la llama apagándose, no así nadie en la television;, esque nosotros estábamos muy ocupados prendiendo nuestras llamas en el momento indicado y dispuestos a llorar en el acto; éste como otros detalles de aquella ceremonia sólo aparecieron cuando la ví dos díás despué en casa.
Entonces volví a pensar y la coléra surgió: yo fuí parte del espectáculo, un espectáculo teatral creado para la pantalla de televisión, para la imagen a través de los medios.; yo era un actor más dentro de este gran teatro del mundo chino, no un espectador como lo decía mi boleto, o en todo caso mi papel era el de un espectador extranjero que venía a vitorear y sorprenderse de la nueva maquinaria de sueños china. Sí, al llegar al estadio recibí una bolsa no con recuerdos de la olimpiada sino con aditamentos para usar en determinadas partes del espectáculo; un grupo de maestros de ceremonias aparecieron antes de la apertura de transmisiones dándonos indicaciones de qué hacer, cómo y cuando hacer “algo” con esos objetos, todo muy a la manera china, sonrientes e invitándonos a compartir. Seguramente estaba ya escrito en el boletín de prensa, mis gritos, mis sonrisas, mi manera de reaccionar ante el espectáculo y sus sorpresas; alguien ya había contado días o meses atrás lo que todos ahí haríamos y sentiríamos durante los juegos, durante esa ceremonia de clausura.
Disfruté estar ahí, sin duda, disfruté ver a los chinos orgullosos cantar su himno, disfruté ver una torre emerger y llenarse de miles de diminutos seres como en una película de Griffith y crear entonces su torre de babel (una antorcha en realidad), me emocioné pensando en el parecido que esas multitudes dentro del estadio tenían con aquellas de la primera versión de King Kong en los años 30 del siglo pasado, pero también me fue, me es ahora, particularmente desagradable el haber formado parte, sin tener la conciencia de ello, de un detestable teatro de propaganda.
Punto final a la Pekín olímpica (las fiestas del barroco también tenían su fin, y se olvidaban). Sigo viviendo en China, sigo disfrutando de su cultura y de sus logros, sigo gastando todo mi dinero en este país comiendo, viajando y disfrutando; seguiré entonces compartiendo mi personal creación, sus artes escénicas y lo que suceda alrededor de ello.
Video con mi visión (desde adentro del estadio) de la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos
The last day. My view from inside the stadium. from Gustavo Thomas on Vimeo.
The last day. My view from inside the stadium. from Gustavo Thomas on Vimeo.
Reveladora y triste crónica sobre lo que son y en que se convierten unos juegos Olímpicos. En está crónica vemos como la gigantesca ONG "Negocio , beneficio y dinero sin fronteras" ayuda a enaltecer y dar bombo a los más bonitos y honoables sentimientos nacionales (eso sí, saltándose todo lo desagradable que afea). Siento ser demágogico, pero es lo que veo en la realidad.
ResponderBorrarDe todas maneras, cuando te escribí el último comentario, lo que pretendía era llamar tu atención, sobre la gran cantidad de elementos teatrales que se han ido introduciendo en el deporte. Cada vez veo una mayor mezcla entre narración épica y teatro. Todo, eso sí, enfocado a lograr una mayor catarsis nacional o mundial (algo así como, lo que somos capaces de hacer los humanos o los de nuestra nación). Un saludo y felicidades por la narración de la experiencia.