miércoles, 2 de enero de 2008

Kiri te Kanawa in Beijing. Un grandioso mar de serenidad.


Cuando compré los boletos para ésta función del 2 de enero de 2008 en el Music Hall del Centro Nacional de las Artes Escénicas en Beijing, nunca pensé que el escenario estaría tan cerca de mí, y por lo tanto Kiri te Kanawa, la estrella. A no más de 10 metros estaba ella cantando, para 1000 o 2000 personas no sé, pero en algún momento sentí que cantaba sólo para mí.

Siempre me ha dominado la idea de percibir el trabajo de los más grandes lo más cerca posible, y cuando ésto se da, inevitablemnet siento un triunfo en mi vida y me dejo ir. Hace unas horas en la función no dejé de verla, de gozarla, de analizarla, de criticarla, de aprender de ella, mientras la escuchaba y le veía sus gestos, sus ojos, sus manos.

Los recuerdos que su voz me provocaba se repetían incesantes al escuchar sus tonos.

La aplaudí y grité bravo varias veces, me extasié en algún momento, un momento definitivo en mi carrera como espectador.

La mayor parte del recital consistió en una serie de canciones acompañadas al piano por Julian Reynolds, canciones no tan famosas de grandes compositores (Strauss, Mozart, Puccini); la no exigencia de "las piezas famosas" daba paso a disfrutar de su habilidad de creación de ambiente, ese ambiente tan especial que ella logra con su voz, la grandiosa serenidad de su manejo del volúmen y de su proyección total. Vino al fin el Mozart de La Flauta Mágica, pero nada descolló en la apoteosis, todo permanecía igual, un mar de serenidad. Las piezas de los grandes se volvieron con su voz simples motivos de fineza, de suavidad, de fluidez.

Al final y en el cúmulo de los aplausos, vino "O mio Babbino caro".

Desde mi adolescencia he identificado está pieza de Puccini con Kiri te Kanawa y su voz, he soñado y me he inspirado en ella; hoy, hace unas horas he podido escucharla y sentirla cantada sólo para mí. Extrañamente no llegué al llanto como me ha sucedido en otras ocasiones; estaba simplemente feliz, era un triunfo en mi carrera como espectador.

Esta envidiable experiencia tenía de marco el nuevo y fastuoso Teatro Nacional, La casa de la Opera, The Egg (como quieran llamarlo), diseño del arquitecto francés Paul Andreu, al parecer un edifcio considerado una de las maravillas de la arquitectura actual; desgraciadamente estaba lleno de un público extraño (podría asegurar que más de la mitad de la sala desconocía el trabajo de la diva). Vimos al principio cómo parte una gran parte de los espectadores se salía después del primer descanso (algo así como a los 1o ó 15 minutos de empezado el espectáculo), y cómo después toda una parte del teatro se iba vaciando conforme los pequeños descansos se sucedían.

En general, en China, los grandes espectáculos siguen siendo subvencionados por el gobierno y si no lo son los empresarios tiene tantos compromisos con funcionarios que regalan cantidades inusitadas de boletos a las oficinas públicas; mucha gente los vende fuera del teatro, muchos otros van sin saber que verán; entonces se salen a los 10 minutos.

Kiri te Kanawa veía la sala cada vez que salía de su descanso, no le era ajeno los asientos vacíos, y simplemente sonreía amable; su voz permanecía intacta (al menos a mí me lo parecía). Los fieles espectadores esperábamos la siguiente pieza.

Al final y aparte del maravilloso regalo del "O mio Babbino caro", cantó dos piezas más, entre ellas una en maorí, la lengua de los nativos de su país, Nueva Zelanda.

Los que nos quedamos, a fin de cuentas la mayoría del teatro, salimos contentos; los espectadores chinos, amantes de la música, fueron también impulsados a los gritos y al aplauso caótico al estilo occidental.

El siguiente es un video que encontré en Youtube con Kiri te Kanawa cantando "O mio Babbino caro":





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