martes, 12 de febrero de 2008

Emilio Carballido, el grande, muere, y con él el teatro moderno mexicano.




Aún cuando quedan grandes dramaturgos herederos de la corriente moderna del teatro en México, es indudable que fue Carballido su principal exponente, por su cuantiosa obra, por su calidad y por la escuela que enarbolaba.

Como en una familia había visto a mis maestros y compañeros de mis maestros morir y dejar tras ellos su obra, y como en muchas familias también había visto como Carballido se convertía en uno de los grandes que permanecen, que parecen indestructibles, que no mueren. Ví morir a Oscar Liera, a Sergio Magaña, a Héctor Azar, a González Dávila, a González Caballero, a Hugo Argüelles, pero Carballido, más viejo que todos ellos (y más grande dirían algunos), permanecía. Hoy martes 12 de febrero en China, leo la noticia de su muerte a través de los periódicos electrónicos de México (internacionalmente, hoy al menos, no aparece) y he dicho: "el maestro", mientras contemplaba su foto.

Inevitablemnte comencé a recordar.

Recuerdo cómo durante mi adolescencia mi maestro, Antonio González Caballero, lo mencionaba a veces como a un amigo y a veces como un rival, cómo en otros momentos se burlaba de su voz imitándola (y que coincidentemente era tan particular como la suya misma), y también recuerdo cómo se burlaba de que a él, González Caballero le dijeran González Carballido, cosa que a Carballido según palabras de González Caballero no le gustaba pues a veces le achacaban su "Señoritas a disgusto" por ejemplo.

Entonces fuí a mi experiencia con su obra y su persona.

Recuerdo sus obras durante mi formación como actor, obras para escolares; me llegan sonrisas a partir de su comicidad, su retrato tan cercano a lo mexicano común, sus groserías y su falta de interés en decir algo o criticar desde la escena.

A Emilio Carballido me lo presentaron tal vez unas 4 o 5 veces, y todas sucedieron como si fueran la primera para él. Le hablaron de mí, le dieron a leer obras mías, fue padrino de una serie de lecturas que en su inauguración yo mismo hablé con él y al mismo público, en donde incluso refutó algunos comentarios míos, y siempre inevitablemente me lo volvían a presentar, y para él era la primera vez. Con algunos otros hubiera sido molesto pero con él era todo muy simpático, cómico; al principio yo achacaba el olvido a que siempre, desde mi punto de vista, estaba algo borracho (él, no yo); después, simplemente lo achaqué a que yo para él no era nadie y no le ofrecía nada, lo que ubicándome en esa posición me hacía mucha más divertida cada nueva experiencia con a su lado.

Sus palabras y su obra nunca llegaron a mí como las de un maestro al que pudiera seguir, sino como las palabras del maestro de otros, perteneciente a otra corriente (¿cuál era la mía?), el exponente de otros ideales estéticos.

Recuerdo cómo a una investigadora norteamericana interesada vagamente en mi trabajo le propuse leer mi teatro de una manera diferente a la manera en que se lee el teatro de Emilio Carballido o sus seguidores (teatro del que ella se considera una experta); lo tomó como falta de respeto y acaso un acto de absurda soberbia, no dijo más, nunca leyó mis textos.

Decenas y decenas de dramaturgos mexicanos le deben alguna publicación y algún apoyo de montaje o incluso de ayuda gubernamental; la prensa lo respetaba muchísimo y ante los escándalos siempre salía avante. Chismes y comentarios de los que no puedo asegurar nada llegan también a mi memoria.

Alguna vez visité su casa, estaban construyendo el metro... no sé por qué no recuerdo más. Ni siquiera por qué estuve ahí dentro ese día. Me viene la imagen de una mesa grande y papeles, libros, hojas amarillas y hojas blancas, revistas, polvo, gatos. Hay en mí una historia no escrita y por inventarse de ese no tan claro recuerdo.

He hablado del Teatro Moderno porque en él, en su obra, lo veo. Los ideales del modernismo teatral en México se van con él, el realismo teatral mismo (naturalismo dirían otros) se va con él, la maestría del genero, del retrato de la sociedad desde la sociedad misma, del lenguaje coloquial, de las estampas históricas.

Es como si Carballido en el logro de la belleza del género nunca hubiera querido arriesgarse a las vanguardias que respondían a ese modernismo, a las exploraciones que lo cuestionaban, y que el resultado de ello fue el llegar a ser tan grande como tan grande puede ser una corriente que tuvo a sus más importantes exponentes 100 o 50 años atrás. Sin duda en México él es la cumbre. El costumbrismo de González Caballero y Sergio Magaña desaparecerán en los archivos, el de Carballido permanecerá como el ejemplo, como la más alta expresión, de eso no tengo duda.*

Recuerdo los montajes "históricos" de los años 80 con la Compañía Nacional de Teatro, aquellas piezas de 4 o 5 horas o de varios días con un elenco de todas las estrellas del momento; pero también recuerdo los montajes escolares y aquellos de los llamados "comerciales"; todas sus piezas puestas en escena eran éxitos relativos de público, funcionaban. Sin ser la apoteósis su trabajo era un éxito continuo. Eso es profundamente respetable, vaya si no.

Ante la muerte de uno de los grandes, como lo es Emilio Carballido, sólo me queda seguir pensando. Releeré sus obras, repensaré lo que escuché de él, recordaré sus tonos y sus ademanes, intentaré dejar en mi memoria lo más posible, y años después, veré qué sucedió con todo ello.


* Sobre sus novelas, cuentos y demás obra, la ignorancia me apabulla, pido disculpas por ello.


*


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