Mi visita a Singapur fue de aproximadamente 6 días y tenía programado asisitir dentro del Singapore Arts Festival a tres espectáculos solamente, además de ir a observar el desfile del Vesak (la celebración por la iluminación de Buda).
Sabía que me perdería los demás eventos por cuestión de tiempo y precio de los boletos, y concientemente omití varios, pero cometí un error al olvidar a su vez todos los espectáculos de calle, gratuitos todos ellos. Sin embargo como Singapur es muy pequeño, caminando uno se encontraba con uno que otro performance callejero.
Así fue como, saliendo de ver el impresionante concierto de Tandun en ese enorme complejo cultural llamado The Esplanade, en una de las terrazas y en medio de una multitud de curiosos, pude disfrutar del grupo koreano Noridan; una singular agrupación de músicos performers, algunos de entre ellos muy jóvenes (niños quiero decir), que tocaban instrumentos de lo que puedo deducir era plástico y metal reciclado.
Grupos como Noridan los hay ya por todo el mundo y de una calidad indiscutible, tanto en danza como en música, aún así, y en mente las comparaciones, Noridan por su juventud, por su timing de trabajo en escena, su ritmo musical y por su energía de proyección fue para mí una gran y grata sorpresa.
La filosofía del grupo es tan simple como decir, entretener con alegría, y lo logran. La gente que lo conforma es talentosa e imaginativa, práctica, y eso se nota en todo momento. Noridan no creo que tenga las intenciones de la Fura dels Baus o de la Guarda pero trabaja creando aparatos escénicos móviles, funcionales; hace también su música pero no pretende con ella decir más, sino dar alegría al escuchar, demostrar su talento acaso (cmo en el caso de los tambores); bailan y gritan, juegan, realizan ciertas acrobacias pero no pretenden contar una historia ni demostrar sus habilidades dramáticas. En la simpleza del trabajo escénico de Noridan está latente una sensación de pureza que nos atrae, un gozo ante su fluidez que nos da un respiro.
Noridan como Tandun, en el otro extremo, quedaron grabados en mi memoria como espectador. Al final de su espectáculo surge el deseo de ir a saludarlos, de hablar con ellos, ver sus máquinas, y jugar a tocar sus instrumentos musicales. Surge el deseo de mirarlos directamente a los ojos con una gran sonrisa y decirles “gracias”.
Sabía que me perdería los demás eventos por cuestión de tiempo y precio de los boletos, y concientemente omití varios, pero cometí un error al olvidar a su vez todos los espectáculos de calle, gratuitos todos ellos. Sin embargo como Singapur es muy pequeño, caminando uno se encontraba con uno que otro performance callejero.
Así fue como, saliendo de ver el impresionante concierto de Tandun en ese enorme complejo cultural llamado The Esplanade, en una de las terrazas y en medio de una multitud de curiosos, pude disfrutar del grupo koreano Noridan; una singular agrupación de músicos performers, algunos de entre ellos muy jóvenes (niños quiero decir), que tocaban instrumentos de lo que puedo deducir era plástico y metal reciclado.
Grupos como Noridan los hay ya por todo el mundo y de una calidad indiscutible, tanto en danza como en música, aún así, y en mente las comparaciones, Noridan por su juventud, por su timing de trabajo en escena, su ritmo musical y por su energía de proyección fue para mí una gran y grata sorpresa.
La filosofía del grupo es tan simple como decir, entretener con alegría, y lo logran. La gente que lo conforma es talentosa e imaginativa, práctica, y eso se nota en todo momento. Noridan no creo que tenga las intenciones de la Fura dels Baus o de la Guarda pero trabaja creando aparatos escénicos móviles, funcionales; hace también su música pero no pretende con ella decir más, sino dar alegría al escuchar, demostrar su talento acaso (cmo en el caso de los tambores); bailan y gritan, juegan, realizan ciertas acrobacias pero no pretenden contar una historia ni demostrar sus habilidades dramáticas. En la simpleza del trabajo escénico de Noridan está latente una sensación de pureza que nos atrae, un gozo ante su fluidez que nos da un respiro.
Noridan como Tandun, en el otro extremo, quedaron grabados en mi memoria como espectador. Al final de su espectáculo surge el deseo de ir a saludarlos, de hablar con ellos, ver sus máquinas, y jugar a tocar sus instrumentos musicales. Surge el deseo de mirarlos directamente a los ojos con una gran sonrisa y decirles “gracias”.
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