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miércoles, 19 de agosto de 2015

Reencuentro con un padre


Jaime Soriano durante la clase magistral Training Post Grotowski.
(Still extraído de Teatralia TV. México, 2015)



Refrescar la memoria del cuerpo es refrescar la experiencia como alumno-hijo que fui, soy y seré.

Hoy me reencontré prácticamente no solo con la fuente de la metodología de un entrenamiento que me fue transmitido hace más de 20 años, sino que me reencontré con la enorme presencia que tienen en mi vida dos de mis padres escénicos: Jaime Soriano y Jerzy Grotowski.
Tuve que volver a trabajar con uno directamente y escucharlos a los dos para que en mi cuerpo se despertara esa consciencia de algo que en realidad he seguido trabajando toda mi vida creativa y que ellos con sus palabras y acciones directas sembraron en mí formando parte intrínseca de mi personal método de trabajo escénico.

Jaime no es un transmisor que firmó una especie de contrato para transmitir sin cambios el trabajo de Grotowski, es un maestro que transforma el trabajo de su propio maestro en el sentido más puro de la experiencia exploratoria.

Sí, no tengo ninguna duda, "todos somos hijos de alguien".


(Clase magistral Training Post Grotowski por Jaime Soriano en Los talleres de Coyoacán. Gustavo Thomas. Agosto 18, 2015)

Trabajando el training con Jaime Soriano
(Still extraído de Teatralia TV. México, 2015)


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miércoles, 14 de enero de 2009

"Manteca" y algunas estampas del teatro cubano que conocí hace 15 años.

El texto siguiente fue escrito como una segunda versión, la primera versión publicada en la fecha dictada en esta entrada tenía demasiados datos confusos y complicaciones así que 2 meses después decidí borrarla y hacer una nueva. Gracias a un comentario de Ileana Boudet pude reconocer que una de las obras que había visto no era "El robo del cochino" de Abelardo Estorino sino "Manteca" de Alberto Pedro Torriente.



El aniversario de la revolución y 15 años atrás.


Con la presencia mediática del 50 aniversario de la revolución cubana, ya sin Castro pero con Castro ahí, y con la poca alegría que se siente despierta tanto en los cubanos como en sus seguidores latinoamericanos, me vino a la mente mi última visita a la isla, hace más de 15 años.

No quiero a hablar (aunque sea inevitable hacerlo) de la condición política cubana ni de sus miserias o de sus logros y triunfos (como les ha llamado Raúl Castro); no, no quiero hacer un análisis de su situación en aquellos años; prefiero hablar del teatro que viví cuando estuve en la isla.


Viaje a La Habana en la primavera de 1994 como parte de una especie de comisión mexicana en el "Encuentro Internacional de Publicaciones Teatrales Conjunto 94", organizado por la famosa institución cubana "Casa de las Américas", iba representando a Escenología A.C. y llevaba el papel de donar a Cuba ejemplares de la colección teatral (tan famosa en el mundo hispano) que esta compañía había publicado hasta ese momento, alrededor de 50 tomos. Mi trabajo ahí era simple, tomar un curso (escuchar conferencias), hacer una presentación un tanto especial sobre Escenología y donar los libros en una pequeña ceremonia, no más. Lo demás era disfrutar de Cuba y conocer su teatro y a sus artistas.

La primera y mayor impresión que tuve es que el teatro era inmensamente popular en la isla; al parecer la carencia de medios electrónicos de comunicación realmente de masas y los cortes de energía dominaban el espectro cultural cubano, así que el teatro, vivo como es y pudiéndose hacer a todas horas era una solución infalible para el entretenimiento del cubano común, exactamente como lo eran las bicicletas para el transporte.

Conocí algunos grupos de teatro, a directores, escritores, actores, escenógrafos y productores, todos ellos ávidos de contactar artistas, investigadores y a lo que fuera venido del exterior (para ellos en ese momento yo era un periodista, un investigador mexicano). Y yo, ávido de conocer su mundo, me enfrasqué en tres importantes contactos de los que aún tengo pleno recuerdo.



Carlos Díaz y la compañía "Teatro El Público"




El primero de mis encuentros con el teatro cubano fue durante la reunión inaugural del congreso en Casa de las Américas, con los actores de un grupo de teatro considerado "gay", "Teatro El Público". "Teatro El Público" era considerado así tanto por su teatro como por su director, sus actores, sus dramaturgistas (o adaptadores de piezas, dramaturgos también) y sus temas; la compañía se había hecho famosa en Cuba por haber montado "Las Criadas" de Jean Genet, y "Hacia Moscú", una adapatación de "Tres hermanas" de Antón Chéjov; las tres hermanas habían sido actuadas por hombres, y la compañía planeaba la puesta en escena de "El Público", la escandalosa pieza de Federico García Lorca, reconocida por su temática homosexual.

El grupo de actores de Teatro El Público que asisitía al encuentro me llevó esa misma noche hacia la compañía completa con la que tuve una reunión informal. Se encontraban al borde del colapso pero sobrevivían, varios de sus integrantes había ya emigrado a otros países y muchos tenían planes de hacerlo tan pronto como fuera posible.

Al contarme su experiencia teatral repetían continuamente textos y movimientos de su montaje de "Hacía Moscú" y de lo que llevaban ensayado (o pensaban hacer) de "El Público"; era la primera vez que escuchaba textos de Chéjov en un acento cubano y la primera vez que lo veía interpretado de esa manera; la fiesta y las carcajadas en el grupo eran libres, contínuas y ganaron toda mi confianza y mi apoyo. Era una forma de teatro imposible de imaginar en un país comunista como lo era y pretende seguir siendo Cuba. Yo estaba sorprendido pero muy curioso de concoer los detalles del camino de una compañía con estas características en ese país. Me hablaban del público que veía sus montajes, de aquellos que se salían ofendidos durante la funciones, y de aquellos que se quedaban, apoyaban, disfrutaban y los felicitaban. Fui también puesto al tanto de las dificultades de sus montajes, de ciertos boicots por parte del gobierno y teatros que les negaban espacio, pero también de sus logros, de su éxito ante el público, de su importancia, del funcionamiento de su propio espacio.

A Carlos Díaz lo ví sólo una tarde y platicamos poco, poco nos conocíamos poco nos adentrábamos en una plática profunda, sin conocer su trabajo me era imposible hacer preguntas sobre ello, así que todo aquello que hablamos giraba en generalidades y algunas bromas. Hombre amable y maduro, centrado en su congruencia por hacer teatro según su concepción; he leído que hoy por hoy (2009) su teatro es toda una institución en Cuba y su compañía es respetada a nivel internacional (1). Es cierto que prácticamente la mayoría de los actores y gente de producción que conocí de la compañía salieron de Cuba pero con la cabeza y centro del proyecto los demás siempre son prescindibles.



Nota: Las siguientes fotografías de "Segismundo, exmaqués" aparecen en diferentes páginas de internet; al parecer la fuente de estas fotos (sin saber el nombre del fotógrafo), está en el siguiente link:



Mi segundo contacto directo con el teatro cubano fue la invitación a una presentación de "Segismundo, exmarqués" por Teatro Obstáculo, un grupo de teatro que vivía y se promovía (entre los organizadores del congreso) como artaudiano y grotowskiano (2). En un caluroso medio día viajamos a una zona no muy alejada del centro de La Habana y llegamos a lo que yo definiría como un teatro-casa, una casa antigua adaptada como foro donde parece que también vivían los de la compañía. El escenario era lo que habría sido el gran salón de la casona y nosotros, el público, nos sentábamos en una pequeñas gradas alrededor de un escenario central. Las fotos que muestro a continuación las encontré en internet y no puedo asegurar la fecha en que fueron tomadas, sin embargo se asemejan bastante a la diposición que recuerdo de aquella función.


El grupo en aquél momento de mi vida me atraía de sobremanera porque su técnica de trabajo se asemejaba a aquella que estábamos aprendiendo en la compañía de Escenología a través de Jaime Soriano, quien años atrás había sido asistente de Grotowski en los Estados Unidos. Durante esa función vi todo aquello que yo aprendía con Soriano pero a lo que no le encontraba ni pies ni cabeza durante la función; recuerdo que me adormilaba aunque núnca me sentí totalmente aburrido; veía movimientos de cuerpos entrenados, disciplinados, movimientos diferentes a lo cotidiano, escuchaba sonidos diferentes, cantos de carácter religioso, exploraciones sonoras del cuerpo con la voz, todo ello en un aparente (no puedo asegurarlo) desarticulado montaje; lento y extraño espacio de tiempo donde no descubría sino aquellos mismos ejercicios que nos hacían similares pero que en nada me recordaban un encadenamiento de acciones físicas con sentido o que me llevara a una historia, era como un juego ritual sin razón. Y la hora del día, el medío día, y el calor (en Cuba no hay aire acondicionado en todas partes), y el hambre, no eran las mejores condiciones tal vez.

Al final hablé de ellos con algunos otros invitados, núnca con los actores mismos (ellos desaparecieron al terminar la función para no aparecer más), núnca supe de su director, Vìctor Varela sino hasta años después; mi experiencia no pasó a más. He leído que el grupo completo salió de Cuba a finales de los años 90 y viven y trabajan actualmente en Miami.



Fidel y "Manteca".



Mi tercera experiencia con el teatro cubano de esos días fue la representación de "Manteca", obra del dramaturgo cubano Alberto Pedro Torriente (1954-) . Debido a una justificada razón los organizadores del encuentro querían que disfrutáramos del teatro cubano del momneto pero no especialmente esta representación. Ellos habían preparado otras tres funciones especiales para el encuentro: "Segismundo, exmarqués" de Teatro Obstáculo, "La boda" de Virgilio Piñeira y "Las penas saben nadar" de A. Estorino, pero no "Manteca".


"Manteca" era una exitosa producción cubana, producción que había atraído masas de gente y que gozaba de una gran popularidad ese año. Era 1994 y Cuba se encontraba en medio de un cimplocado ambiente político y social: algunos meses antes Castro había abierto las puertas de la isla "para que se fueran todos lo que no quisieran estar en ella", decenas de miles lo hicieron y no hubo más remedio que volver a cerrar esas puertas, se realizaron algunas persecuciones y nuevas reestricciones a la vida cubana fueron impuestas. La gente no estaba feliz, había resentimiento y enojo.

Recuerdo el montaje como una farsa con ciertos tintes de crítica social. El montaje debía su enorme éxito a que entre los cubanos comúnes se leía un subtexto que relacionaba a un cochino con Fidel Castro mismo. Un cochino es escondido en un apartamento de La Habana y con el tiempo el cochino se vuelve un verdadero problema entre aquellos que saben que está ahí. Como se nos advirtió de esta especial lectura de la obra (el cochino como Fidel) antes de ver la puesta, los textos adquirieron para nosotros, los invitados extranjeros, un enorme carácter satírico y podíamos descubrir la razón de las enormes carcajadas que se escuchaban en todo momento. El simbolismo con el animal me llevó claramente a "El Pato Salvaje" de Ibsen (el cochino como el pato no aparacen núnca en escena), pero la desfachatez cubana, y el juego del argot la convertían en algo verdaderamente memorable. Vivíamos la obra que vivía el espectador dentro de su contexto, la Cuba que cerraba sus puertas una vez más después del último exodo de principios de los años 90.

Pocas veces había y he disfrutado de un público tan vivo como el de aquella noche, no recuerdo las actuaciones, que debieron haber sido más comúnes, más exteriores o menos comprometidas que los montajes de las otras dos compañías que había visto, pero seguramente eran actuaciones muy funcionales para lograr el éxito dentro de la atmósfera cultural cubana. Descubrí que los cubanos que iban al teatro tenían su catársis grupal exactamente como los griegos antiguos, y podían soltar su rabia y su dolor en una pieza cómica, en una farsa, riendo, aplaudiendo, gritando. Todos querían al cochino y todos querían robarlo, y todos querían matarlo, era intocable y era deseable. El cochino era Fidel.



Una despedida que ha durado 15 años.


No he vuelto a Cuba desde aquella visita y mis recuerdos se han transformado en una especie de mitos editados por mi imaginación; es importante este ejercicio de escribirlos para ubicar y para enfrentarme a ellos. El aniversario 50 de esa revolución y la felicidad de la que hablan su dirigentes me hicieron pensar en lo que yo viví viendo su teatro en sólo unos cuantos días que estuve ahí. Yo no recuerdo felicidad por la revolución cubana que víisité hace quince años, recuerdo una y varias caras tristes, en especial una, la de un poeta que me intercambió varios libros; en aquél viaje me hice de una buena parte de mi biblioteca de teatro en un intercambio absurdo con estudiantes y artistas cubanos, y vi la tristeza del desprenderse de piezas queridas, de valiosos objetos para lograr comer bien unos días. El poeta que me vendió la mayoría de los libros estaba enojado, pero no tenía duda en hacer lo que hacía; yo pagué por ello y me siento a gusto, sin duda también.

Al final de mi estadía organicé una fiesta con aquellos que había conocido (¡podía darme ese lujo!); gasté muy poco dinero y pude comprar lo que ellos no conseguían fácil: latas de atún, pollo, jamón, galletas, queso, refrescos, alcohól... nada especial. Aprendí en esa fiesta a disfrutar de la humanidad de los que hacían teatro en Cuba; me enseñaron a tomar café expresso, de un golpe y bien cargado; me enseñaron a beber ron con suavidad para aguantar; y por supuesto me enseñaron a bailar, solo, con pareja y en grupo. Aunque todos sudábamos y hablábamos fuerte el calor de La Habana se había vuelto soportable, incluso disfrutable. En algún instante algunos leyeron parte de sus textos, algunos otros hablaron de sus sueños. Al final, y en la saciedad de la comida y la alteración de los vasos de ron nadie pudo seguir feliz, comenzaron a hablar de aquél "cochino" y de lo odioso que era el ser identificados con él por todo el mundo, me hablaron sentidamente de la impotencia de quitarse la imagen "revolucionaria" de encima, su teatro era teatro, no era el teatro de la Cuba revolucionaria, su teatro no era Fidel. Después de varias horas de amargura, comenzaron a levantarse e irse con algunas frases en la boca ya comúnes para ellos: -" ¡Otra vez terminando con Fidel!"-, -"Todas nuestras fiestas terminan en Fidel"-, -"¡Ya me voy, sigan ustedes hablando!". Y de verdad se fueron, la mayoría salió de Cuba años después.

Con los pocos que quedamos salí a caminar al malecón, en un momento nos detuvo la policía porque creían que buscábamos turistas para explotarlos (creían que yo era cubano, como ellos), pero nos dejaron libres después de revisar nuestros papeles. Una vez solos, y en ese largo y enorme camino a orillas del mar, sonreímos con cierta amargura; miramos el mar y a la larga hilera de lámparas encendidas através de la madrugada de La Habana.

Nos sentímos libres en la soledad de ese malecón con historia, el aire nos refrescaba, el movimiento del mar era fuerte, esa noche el mar del teatro cubano se había embravecido un tanto.





(1) Pueden ver toda una reseña del actual trabajo de Carlos Díaz y de parte de sus carrera en la página: http://www.havana-cultura.com/EN/performing-art/carlos-diaz/teatro-el-publico.html#1519
(2) Víctor Varela, director de "Teatro Obstáculo". Pueden ver un ejemplo de su trabajo en: www.youtube.com/user/lujuriaenvidiosa

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