El primer paso es el lugar, el espacio: nadie puede imaginar la danza sin un espacio.
Mi sueño de visitar, pisar y aprender en el estudio de Kazuo Ohno en Yokohama debe entonces comenzar por un pequeño recuento del espacio.
Kazuo Ohno construyó su estudio, allá por los años 60, al lado de su casa, en las colinas de Kamihoshikawa, una región conurbada de Yokohama, a menos de una hora en tren del centro de Tokio. Era y es un estudio humilde, sencillo pero muy funcional: tiene su piso de madera, un piano, varios closets, un baño, una cocineta, sillones, una televisión, un aparador de cristal, un sistema de sonido, un pequeño sistema de iluminación; está construido en madera y lámina, con un grupo de soportes que evitan que, durane una lluvia, se inunde por el agua que corre hacia abajo de la colina; a la puerta, afuera, hay un estante para zapatos y una cesta para sombrillas. Desde la entrada uno puede observar el comedor y parte de la cocina de la casa Ohno, y uno se siente apenado de entrar a la privacidad de ese hogar y prefiere desviar la mirada.
Llegar al estudio es una travesía, no es fácil, todo el mundo se pierde la primera vez, sea extranjero o japonés, no es cuestión de lenguaje. Y es porque, estando en una zona de colinas, donde callejones y escaleras laberínticas son los únicos caminos a seguir, uno no puede descubrir el callejón y la escalera que llevan a donde está el estudio. Durante unos 35 minutos subí y bajé la colina varias veces, tomé diferentes escaleras, pregunté a los transeúntes, revisé el mapa decenas de veces; agotado y con las piernas temblando de cansancio, al final, decidí tomar el primer callejoncito del camino y seguirlo en sus recovecos, y ahí, después de una vuleta no visible desde el camino principal, se abría por fin la escalera que llevaba la estudio.
A la mitad de la colina se descubre un letrero de madera en el que se lee en japonés y en inglés “Kazuo Ohno Dance Studio”.
Me encontraba por fin frente a ese letrero, un punto culminante en mi vida como estudiante: estaba ahí después de aquella cansada travesía por encontrar el lugar, después de un mes de incertidumbre debido al terremoto en el norte del país y los problemas en la planta nuclear de Fukushima, después de un año de estar estudiando y descubriendo la danza Butoh con varios maestros en Canadá, y después de un poco más de 20 años de haber visto por primera vez las figuras de Kazuo y Yoshito Ohno sobre un escenario, poniendo su trabajo como ejemplo ante todos mis alumnos y compañeros y ante mí mismo. Ahí estaba frente a ese letrero, y ahí me quedé durante unos minutos.
Ya era de noche, hacía un poco de aire, se escuchaban los trenes pasar a lo lejos, también se escuchaban unos grillos, y nada más.
Antes de conocer al maestro Yoshito Ohno pude conocer el estudio, pude ver sus objetos tal y como Kazuo Ohno los usaba (Yoshito Ohno ha respetado totalmente la disposición del lugar y no ha cambiado nada de ubicación): su sillón, su música, sus muñecos, marionetas y máscaras, sus libros, su vestuario, los zapatos de sus personajes femeninos, sus sombreros, sus fotos, su suelo.
Como es la costumbre japonesa (y oriental) uno deja sus zapatos a la entrada y entra descalzo, así podemos pasar con confianza a cualquier parte del lugar sin temor a dañarlo y molestar con nuestro ruido al caminar. Así lo hice, así entré, descalzo, y así pisé donde pisaron y bailaron Kazuo y Yoshito juntos, donde alguna vez pisaron y bailaron ellos dos junto con Hijikata, ahí donde ahora, solo, pisa y baila Yoshito Ohno, como el heredero que es.
Recordé entonces alguna clase de pantomima que tomé en mis años universitarios donde fue la primera vez que oí en mi vida la idea de que el espacio de trabajo era un lugar sagrado, que habría que saludarlo y pedirle permiso para recibirnos. Yo pensé en los pies de los maestros, en sus cuerpos cayendo y rodando, y a esas imágenes, como diría mi madre, me “encomendé”.
En el pisar revisé todo el espacio y mi mirada se detuvo en una foto sobre una pequeñita silla de madera: era el momento en que Pina Bausch visitando a Kazuo enfermo le daba un beso; un fotografía bellísima, durísima, que me hizo temblar. Extrañas paradojas de la vida, Pina visitaba al Kazuo enfermo, y tal vez moribundo, pero ella moriría un año antes que él.
Yo sé que algunos de ustedes, artistas o no, me entienden en detenerme en este primer paso al espacio de trabajo del estudio del maestro Ohno, en dedicar una entrada del Blog a este recuento del lugar en el que se ha soñado estar y aprender en él. Yo sé que algunos de ustedes han soñado con pisar de verdad un lugar que sientan verdaderamente sagrado; y es a ustedes a quienes me dirijo y para quienes escribo estos textos, tomé estas fotos y este video que ilustran ese primer paso en mi visita al estudio de danza del maestro Kazuo Ohno, en Yokohama, el pasado 20 de abril de 2011.
Slideshow: serie de fotografías Estudio de danza de Kazuo Ohno: El lugar y sus objetos
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